viernes, 1 de julio de 2011

La Plaza de los Girasoles


(Publicado en el mensual La Cuenca del Nalón, número 68, junio 2011)

Fue una noche de mediados de marzo. Sentados en un bar madrileño, apurando unas cañas con una lejana crisis nuclear de fondo de pantalla, mi compañero de fatigas, don Brais, sufrió una revelación: “Es hora de salir a la calle, la gente ya no aguanta más”. “¿Qué?”, me apresuré a censurar, “en este país la juventud está muerta; somos una generación perdida”. “Ya lo verás”, prosiguió mi amigo, “al menos prométeme que irás a la manifestación del 15 de mayo”. “Que sí, que a esa si voy, que no la convoca ningún partido ni ningún sindicato”. Y hasta aquí leímos aquel día, testigos mediante. Sin conceder ningún crédito a tamaña profecía de manera casi unánime, terminamos el debate con el último trago de nuestra consumición y volvimos a la precaria realidad.   

Dos meses después, el domingo 15 de mayo, entre Cibeles y la Puerta del Sol, yo seguía instalado en la incredulidad. Pero esta vez no acertaba a asumir como real lo que veían mis ojos. Desde la mitad de la manifestación, nadie era capaz de distinguir la cabecera. Echando la vista atrás tampoco se corría mejor suerte. Sin líderes, banderas ni partidos, miles de gargantas se unieron en cánticos sin ensayo previo: “Que no, que no nos representan”, porque hasta el último de los congregados coincidía, entre oés, en que existe un sistema al que muchos denominan democracia y en realidad “no lo es”. Unas cuantas plataformas ciudadanas (nolesvotes, Juventud Sin Futuro, Democracia Real Ya), con la única ayuda de Internet, habían conseguido despertar la “indignación” de los que aspiran a llevar esa vida digna que garantiza la Constitución española. Satisfacción es la palabra, aún cuando el Sol que estaba por salir no había siquiera erizado los cuernos de los caracoles más revolucionarios.

Y es que cincuenta locos, llevándole la contraria al mismísimo León Felipe, decidieron quedarse a dormir al raso en la mítica plaza madrileña. Ya había una mecha, y se encendió con picardía. La nocturna carga policial, ordenada por la delegación del Gobierno y la existencia de 17 detenidos actuaron como el perfecto amplificador de lo que estaba por venir. Al día siguiente, el martes, la plaza era un hervidero y el campamento empezaba a tomar forma, mientras un determinado sector mediático se empeñaba en utilizar calificativos que no hicieron más que reafirmar la idea de que lo que se estaba produciendo en Sol generaba alguna que otra urticaria política con las elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina. “Luego diréis que somos cinco a seis”, clamaba la plaza. El Enclave de Sol ya era una realidad, sin prisa y sin miedo.

El miércoles ya fueron más de cien los acampados –miles los congregados en concentraciones- y el jueves se hacía muy complicado contar las cabezas acurrucadas entre sacos, tiendas y mantas. Por obra y gracia de las redes sociales, herramientas zahoríes del nuevo Homo Facebook que está por venir, los campamentos ya se contaban por decenas repartidos por toda España. Barcelona no iba a ser menos, ni Sevilla, ni Bilbao, ni Santiago. Ni Oviedo y Gijón. Siguiendo al Sol. La lección pacífica hizo imposible cualquier intervención de las llamadas fuerzas del orden. Ni un solo cántico en contra de la policía.

El viernes y el sábado, una auténtica oda al nombre que se le otorga a las jornadas previas a los comicios fue representada en los antiguos mentideros madrileños: “Silencio, estamos reflexionando”, rezaban los carteles. Y vaya si se reflexionaba. La denominada por algún gurú mediático como “acampada de chabolistas”, ya se había convertido en un pequeño mundo autorregulado. Comisiones de infraestructuras, alimentación, acción a corto plazo, pensamiento, respeto (nunca seguridad) y un largo etcétera comenzaban a estructurarse y a reunirse también en subcomisiones.

Todo para conseguir definir el movimiento con propuestas concretas y de extender el funcionamiento asambleario a los barrios. Porque desde el primer momento, el 15-M ha tenido que navegar en la terrible corriente de la autojustificación en el tempestuoso mar de la horizontalidad. Nunca el término “perroflauta” adquirió tanto desgraciado peso mediático, obligando a correr más de lo debido en pos de la tesis, para asegurar que de lo que se trata no es de un movimiento apolítico, sino apartidista, además de rechazar la manida idea de conflicto generacional. El consenso de mínimos buscando la reforma de la ley electoral, la tolerancia cero con los políticos corruptos o el impulso de iniciativas para aprobar leyes populares (ILP) que integren en la participación directa al conjunto de la sociedad dan buena fe de ello.

Tras la debacle socialista, Sol continuó a lo suyo. Una semana tranquila, para tomarse las cosas con más calma, se abría por delante. La brutalidad policial en Barcelona, en una infame decisión que será recordada mucho tiempo en la Ciudad Condal, volvió a poner en solfa mediática a los “indignados”, lo que unido a la aún tímida reacción en la vieja Europa propició la idea de quedarse al menos una semana más, algo que fue refrendado por la asamblea general del pasado domingo. A partir de entonces, y con cada vez más gente asistiendo a las asambleas y concentraciones, el Sol seguirá girando con la idea de no hacer buena la frase de JFK cuando afirmaba que “los que imposibilitan una evolución pacífica, hacen inevitable una revolución violenta”.

jueves, 26 de mayo de 2011

De escobas y líderes


Atardece en Madrid y los tribunos de la plebe van ocupando sus asientos de baldosa. No hay respaldos posibles y nadie sabe a ciencia cierta si el cuerpo aguanta mejor de pie o retorcido en el suelo templado por el asfixiante calor de un verano que también se le revoluciona a la primavera. Sin embargo, ninguno de los congregados en la asamblea de Pensamiento de la calle Preciados, unas cincuenta o sesenta personas según el momento, parece preguntarse por qué se encuentra allí desafiando el cansancio de otro duro día de quehaceres a mitad de semana. Sobran las explicaciones y faltan las excusas. Tal vez lo mejor sea sentarse.

El encuentro dura unas dos horas, y de cuando en vez aparece alguna persona preguntando sobre las asambleas de Extensión a los barrios, que desde ayer se organizan en la plaza del Carmen buscando ampliar y sobre todo distribuir semillas de movimiento ciudadano a menor escala. Y es que todo el mundo sabe, mal que nos pese a algunos, que el campamento de la Puerta del Sol tiene una vida finita. Aún a pesar de que todos los esfuerzos de los desgraciadamente cada vez más conocidos portavoces se dirigen hacia la apertura, parece que el imperio de la burocracia se revela, a través de la experiencia, como algo inherente al ser humano, tanto a nivel social como íntimo. El vínculo es un motor, pero rápidamente se encarga de poner a la conciencia tras la pista de la desconfianza. Se derriban los muros, se desmontan las puertas y se abren los espacios delante de nuestras narices pero, al igual que cuando se pierde un brazo o una pierna, la percepción juega malas pasadas y el miembro sigue doliendo aún cuando ya no forma parte del cuerpo. Las paredes invisibles son, sin duda, las más difíciles de demoler.


Fuente: madridtomalaplaza.net



Comienza el turno de intervención y el megáfono circula de mano en mano, de aliento en aliento. Los discursos idealistas se alternan con los pragmáticos, tiñéndose paulatinamente de los colores del sentimiento en una semana que ya quiere ser quincena. Nota a nota, los trovadores de un minuto tañen laúdes de palabras musicales que por vez primera, como aseguran algunos, provienen de las cuerdas vocales del pueblo. Sin orquestas y en Sol Mayor. En esta vorágine retórica, dos voces se elevan sobre el resto, empastando pensamientos que muchos comparten. Cuando concluyen sus respectivas canciones, sus nombres y sus rostros vuelven a perderse una vez más entre la multitud para regocijo del anonimato, el principal caballo de batalla y valedor de este retoño que aspira a ser el niño mimado del nuevo orden social.

Una luminosa calva de mediana edad, flanqueada con largos mechones de pelo cano, de más de cien y de ciento veinte kilos entre el cuello y los tobillos, impide la distracción con su mensaje. Su timbre pedagógico, tranquilizador, evoca al de un maestro. No en vano, es profesor de teatro, tejiendo así los mimbres de una afortunada coincidencia dramática. Y es precisamente del desarrollo de su trabajo, con niños, de donde sustrae una pequeña anécdota que serviría para ilustrar largos volúmenes en la biblioteca del pensamiento humano:

“Soy profesor de teatro de niños de edades comprendidas entre los cuatro y los quince años. Un buen día quise hacer un experimento utilizando simplemente la ayuda de unas cuantas escobas. Mi primera clase de la jornada fue con los chavales de secundaria, ya pequeños proyectos de hombres y mujeres, y todos sin excepción utilizaron las escobas para barrer el suelo. En la segunda clase me tocaba lidiar con niños de entre ocho y doce años, y los usos de las escobas ya comenzaban a estar más repartidos, si bien la mayoría también las utilizó a la manera adulta. Mi sorpresa llegó cuando les entregué las escobas a los más pequeños. Todos los niños y las niñas sin excepción optaron por darle un vuelco al concepto de escoba y reinventarlo: unos las utilizaban de espadas, otros como imaginarios instrumentos musicales, algunos incluso iban montados en naves espaciales. Ninguno de ellos barrió el suelo”.

Tras el revelador relato del experimento, el humilde y espontáneo investigador insiste en la necesidad de abrir el infinito interrogante como principio y fin, de buscar la indefinición por bandera para que el sistema no responda con definiciones más poderosas, todo ello justo antes de malcitar intencionadamente a una Alicia tan dulcemente loca como lo estaba un sombrerero de apellido Machado: “Solo si se camina sin metas se llega a alguna parte”.

 Foto: BeaBurgos

Perdidos en el desarrollo de la asamblea ciudadana, ahora es momento de escuchar la voz de la experiencia. No la de la erudición ni la del acerbo intelectual, sino la de un ser humano corriente que ya ha consumido buena parte de su existencia. Como él mismo afirma, no es más ni menos que nadie, pero ocho décadas sobre la faz de la tierra lo contemplan: “Mis ochenta, los setenta y cinco que duró mi madre y los casi cien que vivió mi padre”, atestigua. Casi dos siglos de humanidad reunidos ante un gastado amplificador. Comienza y termina con palabras de ánimo, propias de los atletas que entregan el testigo, desfondados, y observan al relevo alejarse en la carrera del tiempo. Advierte de posibles movimientos insidiosos del poder para perpetuar el orden de las cosas, poco antes de mentar a un personaje singular: Patricio Lumumba. “En este, como en todos los movimientos sociales humanos” dice, “surgirán líderes, que no os quepa la menor duda”. Entonces, el silencio se calla. Las miradas se miran. El tiempo se cuenta. La realidad se refleja en un charco de preguntas. Todos volvemos a asir el palo de la escoba y nos preguntamos qué hacer con ella. Un asunto complicado ese de barrer el polvo de las debilidades humanas.

martes, 24 de mayo de 2011

Sol o la historia de un acantilado


Dice un viejo amigo mío, viejo por su avanzada edad y amigo porque yo lo decidí, que cuando las situaciones se miran desde afuera y desde arriba es imposible entender nada. Del mismo modo y por efecto de la contradicción, ese mismo compadre, mi querido y admiradísimo Eduardo Galeano, señala que la única manera de que algo se entienda con la razón y se sienta con el corazón es precisamente vivirlo desde adentro y desde abajo. Visto –desde arriba y desde afuera- con la arrogancia de aquellos que se autoproclaman garantes oficiales de la supervivencia de la democracia, el llamado “milagro” de Sol y de otras tantas plazas españolas convertidas, por fin, en grandes ágoras de esclavos parece no adaptarse al molde propuesto e impuesto desde el imperio de las partitocracias. Y es la diversidad y la contradicción de este pequeño y espontáneo reino sin reyes, de este carnaval de caretas idénticas (las de nuestra piel) y de pensamientos heterogéneos, lo que entra en claro conflicto con el modelo actual de (des)organización de nuestra cada vez más homogénea sociedad global. 

 Foto: EFE/Chema Moya

Sol es un milagro, o  no. Quizás solamente deba concedérsele el estatus de ser vivo. Un pequeño pulpo que crece y orienta sus recién nacidos tentáculos a base de error y enmienda. Sin financiación económica de ningún tipo, sin jefes ni voceros, sin planificación previa, sin  una bandera ideológica que lo defina y sin estados alterados de consciencia, se articula como juega un niño sin saber que juega o canta un pájaro sin saber que canta. Viviendo, nomás. Con una energía que proviene, ya transformada, del corazón de todos los seres humanos que, desde sus tumbas, hacen un llamamiento a la evolución darwiniana. Porque solo los fuertes de conciencia podrán sobrevivir a la constante batalla que se libra en todos y cada uno de nosotros.

Esta explosión de dignidad, y no de indignación como quieren hacer creer algunos, nace, a mi entender, de la propia necesidad de organización, no solo a nivel social, sino también a nivel personal. Surge del inconformismo y de la fe en nuestra capacidad de decisión sobre los problemas que nos atañen, de la unión a través de la suma de individualidades. Pero es esta una unión en la necesidad y no en la cacareada competencia sacralizada por aquellos que eligen tener en vez de ser.

Antes de que algún lector o lectora pierda interés, es necesario sazonar rápidamente con realismo este sabroso y suculento plato de ideales románticos. Creo que los ciudadanos también somos conscientes de que el “enemigo” al que nos enfrentamos (por llamarlo de alguna manera) no tiene nombre ni apellido. Más bien se trata de un océano de pequeñas gotas interactivas donde todos somos (o deberíamos ser) juez y parte. O quizás un cielo encapotado en el que aspiramos a ser estrellas. Sin olvidar, claro está, que los que participamos de este debate no habitamos precisamente el sótano del edificio universal. De hecho, vivimos de la mitad hacia arriba y en el ascensor se sube cada vez más gente, disparando el riesgo de derrumbe. Porque en los pisos bajos no hay muebles ni calefacción, y se duerme en el suelo. Pero, sin embargo, hay televisiones y también buenas conexiones a Internet y los habitantes de las profundidades, al conocer la existencia del rascacielos, quieren , lógicamente, ascender a los pisos superiores, por lo que sin una junta vecinal universal no hay debate posible. Y todos somos conscientes de lo que le cuesta a un ser humano hacer sacrificios que pongan en peligro su bienestar individual. Una vez más, el lado oscuro y el lado claro se enfrentan en una batalla sin cuartel dentro de nosotros mismos. Y edificio solo hay uno. Habrá que fortalecer los cimientos o afrontar su demolición.

 Foto: Vicky Montero

Aclarado esto y de vuelta a los recién inaugurados espacios de pensamiento crítico, decir, para concluir, que desde el domingo pasado soy mejor persona, un ser humano más completo. Proveniente del más absoluto escepticismo, propio del lugar del que procedo, he evolucionado hacia el estado mental más abierto y lleno de curiosidad e ilusión de mi aún corta existencia para instalarme permanentemente delante de un espejo. Desde ese cristal recibo el reflejo de los demás en mí y de mí mismo en los demás, participando de una experiencia inenarrable y modificando a mejor mi idea sobre la humanidad en su conjunto. Aún a riesgo de alejarme de los pragmáticos, algo que pensaba que no iba a hacer jamás, creo que la experiencia de Sol es un fin en sí misma. Y también estoy seguro de que Sami Nair, otro de esos amigos fieles de la humanidad, no se equivoca cuando dice que, en el siglo de la gente, lo importante no es el futuro, sino el movimiento.

Una vez se hallen las herramientas necesarias, los cambios vendrán como se forman los acantilados, por erosión, con sus formas complejas y aleatorias. Yo, mientras tanto, me siento gotita de mar en Sol y escucho con atención a mis iguales justo antes de que el mensaje de una pequeña pancarta, de las miles que cubren el mobiliario de la plaza, provoque una sacudida de emoción en mi columna vertebral: “Hemos nacido para esto”.