jueves, 26 de mayo de 2011

De escobas y líderes


Atardece en Madrid y los tribunos de la plebe van ocupando sus asientos de baldosa. No hay respaldos posibles y nadie sabe a ciencia cierta si el cuerpo aguanta mejor de pie o retorcido en el suelo templado por el asfixiante calor de un verano que también se le revoluciona a la primavera. Sin embargo, ninguno de los congregados en la asamblea de Pensamiento de la calle Preciados, unas cincuenta o sesenta personas según el momento, parece preguntarse por qué se encuentra allí desafiando el cansancio de otro duro día de quehaceres a mitad de semana. Sobran las explicaciones y faltan las excusas. Tal vez lo mejor sea sentarse.

El encuentro dura unas dos horas, y de cuando en vez aparece alguna persona preguntando sobre las asambleas de Extensión a los barrios, que desde ayer se organizan en la plaza del Carmen buscando ampliar y sobre todo distribuir semillas de movimiento ciudadano a menor escala. Y es que todo el mundo sabe, mal que nos pese a algunos, que el campamento de la Puerta del Sol tiene una vida finita. Aún a pesar de que todos los esfuerzos de los desgraciadamente cada vez más conocidos portavoces se dirigen hacia la apertura, parece que el imperio de la burocracia se revela, a través de la experiencia, como algo inherente al ser humano, tanto a nivel social como íntimo. El vínculo es un motor, pero rápidamente se encarga de poner a la conciencia tras la pista de la desconfianza. Se derriban los muros, se desmontan las puertas y se abren los espacios delante de nuestras narices pero, al igual que cuando se pierde un brazo o una pierna, la percepción juega malas pasadas y el miembro sigue doliendo aún cuando ya no forma parte del cuerpo. Las paredes invisibles son, sin duda, las más difíciles de demoler.


Fuente: madridtomalaplaza.net



Comienza el turno de intervención y el megáfono circula de mano en mano, de aliento en aliento. Los discursos idealistas se alternan con los pragmáticos, tiñéndose paulatinamente de los colores del sentimiento en una semana que ya quiere ser quincena. Nota a nota, los trovadores de un minuto tañen laúdes de palabras musicales que por vez primera, como aseguran algunos, provienen de las cuerdas vocales del pueblo. Sin orquestas y en Sol Mayor. En esta vorágine retórica, dos voces se elevan sobre el resto, empastando pensamientos que muchos comparten. Cuando concluyen sus respectivas canciones, sus nombres y sus rostros vuelven a perderse una vez más entre la multitud para regocijo del anonimato, el principal caballo de batalla y valedor de este retoño que aspira a ser el niño mimado del nuevo orden social.

Una luminosa calva de mediana edad, flanqueada con largos mechones de pelo cano, de más de cien y de ciento veinte kilos entre el cuello y los tobillos, impide la distracción con su mensaje. Su timbre pedagógico, tranquilizador, evoca al de un maestro. No en vano, es profesor de teatro, tejiendo así los mimbres de una afortunada coincidencia dramática. Y es precisamente del desarrollo de su trabajo, con niños, de donde sustrae una pequeña anécdota que serviría para ilustrar largos volúmenes en la biblioteca del pensamiento humano:

“Soy profesor de teatro de niños de edades comprendidas entre los cuatro y los quince años. Un buen día quise hacer un experimento utilizando simplemente la ayuda de unas cuantas escobas. Mi primera clase de la jornada fue con los chavales de secundaria, ya pequeños proyectos de hombres y mujeres, y todos sin excepción utilizaron las escobas para barrer el suelo. En la segunda clase me tocaba lidiar con niños de entre ocho y doce años, y los usos de las escobas ya comenzaban a estar más repartidos, si bien la mayoría también las utilizó a la manera adulta. Mi sorpresa llegó cuando les entregué las escobas a los más pequeños. Todos los niños y las niñas sin excepción optaron por darle un vuelco al concepto de escoba y reinventarlo: unos las utilizaban de espadas, otros como imaginarios instrumentos musicales, algunos incluso iban montados en naves espaciales. Ninguno de ellos barrió el suelo”.

Tras el revelador relato del experimento, el humilde y espontáneo investigador insiste en la necesidad de abrir el infinito interrogante como principio y fin, de buscar la indefinición por bandera para que el sistema no responda con definiciones más poderosas, todo ello justo antes de malcitar intencionadamente a una Alicia tan dulcemente loca como lo estaba un sombrerero de apellido Machado: “Solo si se camina sin metas se llega a alguna parte”.

 Foto: BeaBurgos

Perdidos en el desarrollo de la asamblea ciudadana, ahora es momento de escuchar la voz de la experiencia. No la de la erudición ni la del acerbo intelectual, sino la de un ser humano corriente que ya ha consumido buena parte de su existencia. Como él mismo afirma, no es más ni menos que nadie, pero ocho décadas sobre la faz de la tierra lo contemplan: “Mis ochenta, los setenta y cinco que duró mi madre y los casi cien que vivió mi padre”, atestigua. Casi dos siglos de humanidad reunidos ante un gastado amplificador. Comienza y termina con palabras de ánimo, propias de los atletas que entregan el testigo, desfondados, y observan al relevo alejarse en la carrera del tiempo. Advierte de posibles movimientos insidiosos del poder para perpetuar el orden de las cosas, poco antes de mentar a un personaje singular: Patricio Lumumba. “En este, como en todos los movimientos sociales humanos” dice, “surgirán líderes, que no os quepa la menor duda”. Entonces, el silencio se calla. Las miradas se miran. El tiempo se cuenta. La realidad se refleja en un charco de preguntas. Todos volvemos a asir el palo de la escoba y nos preguntamos qué hacer con ella. Un asunto complicado ese de barrer el polvo de las debilidades humanas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario