martes, 30 de octubre de 2012

Feliz Jalowin, Cecilia

Si algún indeseable coleguilla te ha invitado a una fiesta de Jalowin mañana por la noche, adelante.

Cómprate un disfraz de Ecce Homo y piensa en Cecilia.

Sola en su casa, repudiada por sus vecinos. Arrepentida. Humillada. Viviendo de su pensión. La pobre Cecilia, con una vitalicia orden de alejamiento de los pinceles. Qué lástima.

Y ahora repara en los avispillas que, desde éste y desde el otro lado del charco, se están forrando estos días con la tontería. Repítete aquello de que este mundo es pa listos y convéncete de que la próxima vez tú también sacarás tajada.

Tú no eres Cecilia. Tú no perderás. Tú no darás lástima.

Ponle a tu novio (o novia) unos dientes de vampiro y vístelo de banquero. Oblígale a dormir en ataúdes forrados de dinero con el peso del sufrimiento humano sobre su conciencia. ¿Los vampiros eran inmortales o ya estaban muertos? Dicen que en Holanda ya afilan las estacas.  

Dile a un amigo que se pinte la cara de negro y móntale en una patera. Que navegue a la deriva tratando de llegar a la Europa de las oportunidades. Que se muera en la orilla y sea quinta noticia en el telediario segunda edición.  Ahora quítale la pintura y súbele a un cayuco con alas. Destino: España no, claro. Pero para no volver nunca, ¿eh, Pampillón?

Juega a tinieblas en Manhattan o, si te pilla lejos, acércate al Gobierno Valenciano. Allí tampoco hay luz y el huracán se llama Gas Natural Fenosa. Las consejerías que se han quedado a oscuras son Justicia, Bienestar Social y Agricultura. Los mayas se están riendo de nosotros.

Víste a tu padre de zombie y mételo en la tumba de un diplomático español asesinado en la dictadura de Pinochet. La condición de la justicia española para ponerse a investigar es que los genocidios se cometan con un océano de por medio.

Y si no tienes ganas de disfrazarte, pues tú verás lo que haces. Siempre puedes ir de cara, entrar en la fiesta al descubierto, limitarte a decir la verdad y que te metan en la cárcel. O que te quemen vivo. Eso ya va por barrios.

Feliz Día de Jímen… de todos los Santos.     



jueves, 25 de octubre de 2012

Y los huevos a Flan Duhl

No lo sé, Mariló. De verdad que no lo sé. No sé si la mala ostia viene integrada en el ADN o la tendencia a utilizar rifles de asalto sobre personas inocentes en campo abierto se trasplanta con los órganos. No sé si llevar el estómago de Gandhi te hace mejor persona o si por tener entre las piernas un aparato "tamaño Emperador" de uno que yo me sé vas a ... bueno, eso. Se me entienda. En primer lugar, quiero darte las gracias porque jamás me hubiera puesto a componer este festival del disparate de no ser por ti. Y pensándolo bien no estamos ante una cuestión baladí, desde luego, porque me imagino que nadie se sentiría orgulloso de defecar las resacas a través de un intestino de genocida o de mirar paisajes idílicos con córneas de asesino en serie. Y solo lo supongo porque creo que el mismísimo Adolf Hitler llevaba una vida bastante sana en los bellos montes de Sajonia con su perrita Blondi (ponen un documental sobre esto en La 2 TODOS los fines de semana). Unos órganos no desdeñables a priori. De lo que no me cabe duda, Mariló, que ya me lío, es que cada vez que me deslumbra el brillo de alguna perla salida de la ostra que tienes en el medio de la cara se me pone hígado de Charles Manson, riñones de Carnicero de Milwaukee y corazón de José Bretón. Supongo que el órgano no nace, al final va a ser que se hace.

Pero tienes que disculparme el exabrupto, Mariló, porque soy un maleducado. Porque realmente la culpa tampoco es tuya. Tus frases están sacadas de contexto, por supuesto. Es la gente, que te tenem... te tiene muchas ganas porque representas el éxito y vives en un país de envidiosos. Si al final tienes razón. Mis ardores de estómago no hunden sus raíces en tus brillantes monólogos, ni tan siquiera en el hecho de que tu elevadisísimo sueldo salga del castigado bolsillo del contribuyente, que haciendo honor a su nombre contribuye a hacer posible que, por un billete morado en factura por programa (que lo sé yo), te creas Ophra Winfrey (o como se escriba) cinco días a la semana. Pero no, Mariló. Toda la culpa es de esta jodida postmodernidad (¿se dice así?), que nos viste como putas todos los días. Así que no voy a ser oportunista (ahora... ya...creo que es tarde) ni a perder el tiempo en parodias que tengan como base humorística el hígado de Charles Bukowski o los pulmones de Santiago Carrillo. Me voy a centrar en la bilis que me sale a mí por la boca. Y prometo que el páncreas es mío.

Es esta una bilis verdosa, del color de los montes gallegos. Se me ha venido a la boca después de comprobar como los (pérfidos o ingenuos) pandilleros de la sacrosanta transición sacaban pecho o buscaban excusas después otro ¿triunfo? de la administración Reci... de la democracia. Y, por descontado, de la melodiosa voz del pueblo y de la ciu-da-da-nía. Esa que habla en serio un día cada cuatro años y patalea el resto. No sé qué pensará sobre esto el más o menos 40% de gallegos que se quedó en su casa sabiendo que van a ser gobernados (y vilipendiados ya si eso) por una minoría absolutísima de un cuarto sin mitad del censo. Y, sobre todo, después de hacer números para comprobar que solo uno de cada dos habitantes estarán representados en los cómodos sillones de la Xunta. Pero claro, el que no va es que no le interesa y el que se mueve no sale en la foto. Esto todavía me lo esperaba. Lo que más me incomoda es que nadie con un poco de bombo y caja se haya dignado al menos a abrir el interrogante necesario acerca de las razones por las que nos quedamos los domingos en casa viendo Gandía Shore en vez de organizarnos o acudir a las urnas. Eso sí, que un analfabeto o una persona desprovista de sus capacidades mentales vaya (ayudados por alguien) a ejercer su derecho al voto representa la grandeza de la democracia. Nada de ilustrar, por dios, con lo bien que se vive en la ignorancia. Ni de cambiar libros de esos gordos, que cuestan muy caros. No vaya a ser que al final nos manchemos con el polvo que acumulan. Bueno espera, este no...a ver, sí, es este. Coo..di..gooo... Penal. Sí, este sí hombre. Que los vídeos violentos ocupan muchos megas en las raquíticas memorias de los smart phones. Si no vas tienes lo que te mereces. Absentista. Ácrata. Nihilista.

Capullo.

Y esta bilis lleva también el suave aroma del cenagal del oportunismo. Huele a sobacos de farsantes que se envuelven en banderas escondidas durante décadas en el fondo de los armarios. Porque ahora toca. Y ahora la vamos a liar. Y punto. Porque tenemos el agua hasta el cuello. Y no solo hablo de catalanes. Ni tampoco hablo únicamente de vascos. Hablo también de españoles. O en el fondo no hablo de ninguno de ellos. Porque voy descubriendo poco a poco que en realidad no importa lo que opinemos los que estamos en la base de la cadena trófica. Porque en la punta de la pirámide el agua llega al pecho, la cosa sigue subiendo y ya están plenamente decididos a meter el pie entre coche y anden. Luego ya veremos.

Y también es una bilis grasienta como el pelo del amigo Cebrián. Y fría como los alambres del somier en el que esconde su reconocida fortuna de millones de euros. Y ácida como su incontenible lengua de bufón. Y entonces solo me queda el consuelo de imaginarme al Edipo periodista arrancándose los ojos al descubrir la incómoda verdad de su profesión. Justo después de mantener una profunda conversación con Carmen Lomana sobre el problema del hambre en el mundo. Sentado al lado de nuestra querida Anne, que se dedica a asentir con vehemencia. ¿Reiniciar el equipo? Sí, por favor.

Pues eso Mariló. Que,con todo el dolor de mi alma, los huevos no te los podré donar. Aunque no se me haya perdido nada en El Salobral ese ni vaya a matar una mosca en mi vida. Los tengo tan hinchados que se los voy a entregar directamente a Flan Dhul. Aunque le haga un favor a Ruiz Mateos.

lunes, 1 de octubre de 2012

La Revolución de las Pardelas


El viernes me enteré de que un elefante casi mata a Carlos Sobera. Estuvo a punto de embestirlo, aplastarle la cabeza y, de paso, arruinar las tardes de millones de españoles. La orden cerebro-dedos de cierre de pestaña en el blog de Tiramillas (lo siento, de verdad) llegó demasiado tarde. Para entonces, mi limitado sentido del humor ya había levantado la ceja imaginando un paquidermo que pedía el comodín de la llamada. Sinceramente me alegro de que el bueno de Carlos aún tenga los reflejos suficientes para esquivar bestias. Hubiese sido un terrible final para una persona tan alegre. Supongo que el despistado animal no tenía ni idea de que ese tipo podía haberlo hecho millonario.  

El caso es que en los últimos días no he dejado de ver elefantes envistiendo personas. Y hoy, al enterarme de la muerte de Eric Hobsbawn, el lejano sonido de la estampida y los tacones de Elizabeth Taylor golpean mis sienes con fuerza. Los referentes ideológicos (palabra controvertida, sí) cuelgan las botas y el equipo directivo no parece apostar por la cantera. La renovación de la plantilla se antoja traumática porque, en el medio de las derrotas, a alguien le interesa pronunciar el mantra de la generación perdida.  Y eso no hay frente cívico que lo remedie. Con todos mis respetos, Julio Anguita va a cumplir 71 años.

Sin embargo, aún existen motivos para la esperanza. Este fin de semana he tenido la suerte de divisar a un pájaro volando por encima de la vorágine del pesimismo. Y no era un águila majestuosa. Ni un imponente cóndor. Por suerte tampoco un buitre en espera de hincarle el pico a la carroña contemporánea. Se trataba de una humilde ave marina. Pequeña. Insignificante. Responsable inconsciente de mis renovadas ganas de volar. Una pardela.

Tengo la suerte de gozar de la amistad de un biólogo coetáneo y estos días tocaba charlar con él. Muchos pensarán que lo bueno es tener amigos abogados, fontaneros o mecánicos de coches. Yo también lo pienso. Pero un científico siempre te pone los pies en el suelo. Este gallego ilustre, al que vamos a llamar Señor M, quiere encomendar los próximos cinco años de su vida al estudio de los hábitos comestibles de las citadas criaturas aladas. Y digo "quiere" porque desgraciadamente aún está pendiente de la inversión en I+D dentro del fantástico sistema universitario español. A sus "gaviotas", como yo las denomino cariñosamente aunque no sean ni primas lejanas de esas viejas conocidas, les afecta la contaminación. Y de la observación de sus hábitats depende el éxito de su investigación.

Él sabe perfectamente que no va a cambiar el curso de la ciencia. Pero esa no es razón para que su pasión se atenúe. Me describe con fervor los pormenores de su proyecto y me explica cómo funciona la trastienda de la investigación científica. Descarto el ¿para qué vale? porque hace tiempo que me ha abierto los ojos y tampoco quiero que tenga razones de peso para partirme la cara. Me habla de escalones. Y de ausencia de metas a corto plazo. Insiste en la importancia de que nunca nadie se ha ocupado de cómo comen esos condenados pájaros. Y sus ojos destilan paciencia cuando baja a la tierra y repara en el escaso rendimiento económico que va a conseguir con su esfuerzo. Y entonces yo quiero coger una pistola y encañonar al tío que reparte esas becas. Porque el Señor M es la revolución. Sí señor presidente, la revolución silenciosa. Aquella que agita sus alas sin más pretensión que la de amar el cielo. La única que nos podrá salvar del invierno del FMI y de sus caminantes blancos.

El Señor M ha vuelto a su Galicia natal a esperar el resultado del reparto de las becas. Si es negativo puede que acabe currando de cualquier mierda no relacionada con la biología. Y seguiremos inmersos en la generación perdida. Y los elefantes seguirán embistiendo personas. Y Sobera seguirá repartiendo dinero. Mi consuelo es que el Señor M no parece haber venido a este mundo a hacerse millonario. Él solo quiere volar rodeado de sus pardelas.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El torero, la folclórica y el antidisturbio

Sintonizo Intereconomía a menudo. Es un canal que me abre los chacras. Una prueba de resistencia diaria y una razón para romper una lanza en favor de la gestión unipersonal de las perversiones humorísticas. Ayer, después de rodear un perímetro policial con el motor de la curiosidad morbosa funcionando a tiempo completo, me tragué el debate de Punto Pelota. Íntegro. Y en estos edificantes mentideros deportivos, dos nadadoras, ambas pertenecientes a la selección española de natación sincronizada, compartieron experiencias acerca de las labores de la entrenadora Anna Tarrés en sus años como jefa todopoderosa de un equipo de leyenda. El mismo que un par de veces se dejó ver por algún que otro robapáginas de marca.com y que ayer era digno de portada a tres columnas. Si hombre sí, Anna Tarrés, la de "trágate el vómito". Esa.

La chica que estaba en el plató, a la que el señor Lobo Carrasco regaló un balón para acto seguido mirarle desvergozadamente el culo, justificaba en "el contexto" las broncas de su entrenadora. Que el deporte de élite es duro y punto. Que hay que entrenar al máximo. Que la Tarrés es una "persona humana" (no una persona-animal, entiendo yo) y que respeta pero no comparte. La otra, protagonista de la indigestión acuática, al teléfono, clamaba contra la misma couch, denunciaba que la actitud de doña Anna era casi digna de psiquiátrico y relataba cómo más de una y de dos deportistas habían caído en el abismo depresivo después de unas cuantas sesiones de sincronizada hardcore. Dos mundos paralelos sin salir de una piscina. Y en ellos, como los hongos de los vestuarios en los polideportivos municipales, parasita un nihilismo nacido del vientre de la relatividad. Puntos de vista. Realidades como churros.

Madrid, Plaza de Neptuno. 25 de septiembre por la tarde. Ayer, vaya. Justo antes de ver Punto Pelota, para que nos entendamos. Los cristianos rodean a los leones. Creen que pueden conseguir no ser devorados en el coliseo del día a día. Muestran los dientes a las fieras. Pero las fieras no eran de piedra. Resulta que iban de azul, llevaban casco, guatas, y el mango de Nacho Vidal en la mano (izquierda o diestra, según gustos). Ya habían rodeado al que rodeaba antes de que hubiese decidido rodear. Muy aplicados ellos. El resto de la historia ya la conocéis a golpe de vídeo en red social. No os la voy a descubrir yo, porque de esto se informa mejor uno en streaming con una buena bolsa de pipas. Sofá, mantita y La Sexta en HD. Menudas hostias. Mira, mira, le han abierto la cabeza a un anciano. Y así.

Tres párrafos después retorno a mis ojos. Los únicos que me pueden importar. Y relato lo vivido. Nunca me dejarán entrar en el garito de los héroes urbanos, así que será una historia ciertamente cutre. Pero una historia al fin y al cabo. La mía. La de un tipo de andar por casa al que el simple olor de la violencia le provoca mareos, tambores en la sien y ganas de doblar el espinazo en cualquier esquina. Como a la pobre nadadora. Arcadas de puro miedo.

La verdad es que ayer me acerqué más de lo que me hubiera gustado al fregao, como diría Mathew Modine en La Chaqueta Metálica. La primera hornada de galletas, después de que algún secreta arrojara una lata de los paquis en parábola perfecta, me pilló a menos de un kilómetro. Eso para mí es estar en el puto medio de la masacre. En la estampida generalizada, me hubiese comido con patatas al equipo jamaicano de 4x100. Corrí como si no hubiera un mañana. En ese momento decidí no volver a bajar a esa ratonera y me quedé en uno de los callejones de entrada al Congreso, para escuchar cómo la gente, con edades comprendidas entre los 18 y los 80 años, bramaba contra los malos de Star Wars. No voy a hacer la similitud con la Estrella de la Muerte porque luego algún subecarros me acusará de anticonstitucional. ¿No veis que ahí reside la soberanía del pueblo?. A mí esa palabra me sigue sonando a presentador de concursos. Los parias perdieron Lebowski. Y los tertulianos ponen el cazo.

Un par de horillas más tarde, en la mucho más tranquila Puerta del Sol, apuré la cerveza de rigor (para calmar los nervios) y me dispuse a volver a primera línea de fuego. Con la noche ya caída en Desembarco del Rey, bajé por la calle Alcalá, donde los viadantes parecían disfrutar de una tarde normal. Se podría decir que había dos Madrides funcionando simultáneamente si no fuera porque pequeños comandos de soldados universales, de cuatro o seis efectivos, se apostaban en las esquinas con actitud muy poco tranquilizadora. Dos escudos por delante protegiendo a la pequeña falange, con un fusil de esos que dicen que disparan contra el suelo. Avistando al enemigo. Un enemigo invisible que planeaba el ataque definitivo. Imagen patética de una guerra que solo existe en esas cabezas huecas alteradas por años de instrucción y compuestos anfetamínicos.

Pero tras analizar detenidamente la situación, lo entendí. Estaban allí para obligar a la gente a que se moviera. A que caminara sin rumbo y sin razón. A que no hubiera grupos parados. Si pasabas a su lado, fueras en la dirección que fueras, ellos ni pestañeaban. Pero ¡ay de ti si te detenías para descansar un poco los músculos!. Había que circular. En ese instante lo tuve claro. Me imaginé otros comandos, pero esta vez con los ojos rasgados y armados con cámaras de fotos, pagando por hacerse instantáneas con esos raros especímenes de la vieja y lejana Europa. El torero, la folclórica y el antidisturbio. Santísima Trinidad del turismo patrio. "¿A qué estás esperando? Vive la represión policial en tus propias carnes. El espectáculo callejero famoso en el mundo entero. Corre y protégete de los guardianes del orden social. Indígnate y deja que te ostien por solo 25 euros". Vamos, una fábrica de dinero para combatir la apatía y la falta de emprendimiento de nuestra maltrecha economía después de haber vivido años por encima de nuestras posibilidades. Botín, soy tu hombre.

Y sin prisa pero sin mucha calma volví a mi casa en Lavapiés. Bajé por Montera, donde la vida fluía como un martes cualquiera, imaginándome a la manijera Cifuentes con su tablero de Risk en un búnker debajo del ministerio del Interior. Jugando a la guerra con sus antidisturbios sin paga de Navidad. Feliz de la vida. Orgullosa de estar protegiendo a la democracia de la gran estructura partidista. Su democracia. Pensé en la gente con la cabeza abierta y en los detenidos. Bueno no, en esos no pensé. Pero sí en banqueros con maletines repletos de dinero, en estafadores que utilizan su poder mediático para echarle la culpa a los incautos. En el muro que se está levantando entre los que tienen, los que no tienen y los que no tienen nada que perder. Un muro mucho más alto que las ridículas vallas de un Congreso que ya solo representa a los que acuden (o no) a los plenos. Y pensé en mí. Y en lo que me va a costar ganarme dignamente la vida cerca de mi familia y de mis amigos. Y en los derechos fundamentales recogidos en un libro gordo que se cayó en un charco.

Me acomodé en el sofá, puse el canal 31, le vi el careto arrugado a Mario Conde y me tiré a la piscina. A mi piscina. Y el agua estaba muy fría. Y la Tarrés estaba mirándome. Y, vaya por dios, me dolía mucho el estómago.

viernes, 1 de julio de 2011

La Plaza de los Girasoles


(Publicado en el mensual La Cuenca del Nalón, número 68, junio 2011)

Fue una noche de mediados de marzo. Sentados en un bar madrileño, apurando unas cañas con una lejana crisis nuclear de fondo de pantalla, mi compañero de fatigas, don Brais, sufrió una revelación: “Es hora de salir a la calle, la gente ya no aguanta más”. “¿Qué?”, me apresuré a censurar, “en este país la juventud está muerta; somos una generación perdida”. “Ya lo verás”, prosiguió mi amigo, “al menos prométeme que irás a la manifestación del 15 de mayo”. “Que sí, que a esa si voy, que no la convoca ningún partido ni ningún sindicato”. Y hasta aquí leímos aquel día, testigos mediante. Sin conceder ningún crédito a tamaña profecía de manera casi unánime, terminamos el debate con el último trago de nuestra consumición y volvimos a la precaria realidad.   

Dos meses después, el domingo 15 de mayo, entre Cibeles y la Puerta del Sol, yo seguía instalado en la incredulidad. Pero esta vez no acertaba a asumir como real lo que veían mis ojos. Desde la mitad de la manifestación, nadie era capaz de distinguir la cabecera. Echando la vista atrás tampoco se corría mejor suerte. Sin líderes, banderas ni partidos, miles de gargantas se unieron en cánticos sin ensayo previo: “Que no, que no nos representan”, porque hasta el último de los congregados coincidía, entre oés, en que existe un sistema al que muchos denominan democracia y en realidad “no lo es”. Unas cuantas plataformas ciudadanas (nolesvotes, Juventud Sin Futuro, Democracia Real Ya), con la única ayuda de Internet, habían conseguido despertar la “indignación” de los que aspiran a llevar esa vida digna que garantiza la Constitución española. Satisfacción es la palabra, aún cuando el Sol que estaba por salir no había siquiera erizado los cuernos de los caracoles más revolucionarios.

Y es que cincuenta locos, llevándole la contraria al mismísimo León Felipe, decidieron quedarse a dormir al raso en la mítica plaza madrileña. Ya había una mecha, y se encendió con picardía. La nocturna carga policial, ordenada por la delegación del Gobierno y la existencia de 17 detenidos actuaron como el perfecto amplificador de lo que estaba por venir. Al día siguiente, el martes, la plaza era un hervidero y el campamento empezaba a tomar forma, mientras un determinado sector mediático se empeñaba en utilizar calificativos que no hicieron más que reafirmar la idea de que lo que se estaba produciendo en Sol generaba alguna que otra urticaria política con las elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina. “Luego diréis que somos cinco a seis”, clamaba la plaza. El Enclave de Sol ya era una realidad, sin prisa y sin miedo.

El miércoles ya fueron más de cien los acampados –miles los congregados en concentraciones- y el jueves se hacía muy complicado contar las cabezas acurrucadas entre sacos, tiendas y mantas. Por obra y gracia de las redes sociales, herramientas zahoríes del nuevo Homo Facebook que está por venir, los campamentos ya se contaban por decenas repartidos por toda España. Barcelona no iba a ser menos, ni Sevilla, ni Bilbao, ni Santiago. Ni Oviedo y Gijón. Siguiendo al Sol. La lección pacífica hizo imposible cualquier intervención de las llamadas fuerzas del orden. Ni un solo cántico en contra de la policía.

El viernes y el sábado, una auténtica oda al nombre que se le otorga a las jornadas previas a los comicios fue representada en los antiguos mentideros madrileños: “Silencio, estamos reflexionando”, rezaban los carteles. Y vaya si se reflexionaba. La denominada por algún gurú mediático como “acampada de chabolistas”, ya se había convertido en un pequeño mundo autorregulado. Comisiones de infraestructuras, alimentación, acción a corto plazo, pensamiento, respeto (nunca seguridad) y un largo etcétera comenzaban a estructurarse y a reunirse también en subcomisiones.

Todo para conseguir definir el movimiento con propuestas concretas y de extender el funcionamiento asambleario a los barrios. Porque desde el primer momento, el 15-M ha tenido que navegar en la terrible corriente de la autojustificación en el tempestuoso mar de la horizontalidad. Nunca el término “perroflauta” adquirió tanto desgraciado peso mediático, obligando a correr más de lo debido en pos de la tesis, para asegurar que de lo que se trata no es de un movimiento apolítico, sino apartidista, además de rechazar la manida idea de conflicto generacional. El consenso de mínimos buscando la reforma de la ley electoral, la tolerancia cero con los políticos corruptos o el impulso de iniciativas para aprobar leyes populares (ILP) que integren en la participación directa al conjunto de la sociedad dan buena fe de ello.

Tras la debacle socialista, Sol continuó a lo suyo. Una semana tranquila, para tomarse las cosas con más calma, se abría por delante. La brutalidad policial en Barcelona, en una infame decisión que será recordada mucho tiempo en la Ciudad Condal, volvió a poner en solfa mediática a los “indignados”, lo que unido a la aún tímida reacción en la vieja Europa propició la idea de quedarse al menos una semana más, algo que fue refrendado por la asamblea general del pasado domingo. A partir de entonces, y con cada vez más gente asistiendo a las asambleas y concentraciones, el Sol seguirá girando con la idea de no hacer buena la frase de JFK cuando afirmaba que “los que imposibilitan una evolución pacífica, hacen inevitable una revolución violenta”.

jueves, 26 de mayo de 2011

De escobas y líderes


Atardece en Madrid y los tribunos de la plebe van ocupando sus asientos de baldosa. No hay respaldos posibles y nadie sabe a ciencia cierta si el cuerpo aguanta mejor de pie o retorcido en el suelo templado por el asfixiante calor de un verano que también se le revoluciona a la primavera. Sin embargo, ninguno de los congregados en la asamblea de Pensamiento de la calle Preciados, unas cincuenta o sesenta personas según el momento, parece preguntarse por qué se encuentra allí desafiando el cansancio de otro duro día de quehaceres a mitad de semana. Sobran las explicaciones y faltan las excusas. Tal vez lo mejor sea sentarse.

El encuentro dura unas dos horas, y de cuando en vez aparece alguna persona preguntando sobre las asambleas de Extensión a los barrios, que desde ayer se organizan en la plaza del Carmen buscando ampliar y sobre todo distribuir semillas de movimiento ciudadano a menor escala. Y es que todo el mundo sabe, mal que nos pese a algunos, que el campamento de la Puerta del Sol tiene una vida finita. Aún a pesar de que todos los esfuerzos de los desgraciadamente cada vez más conocidos portavoces se dirigen hacia la apertura, parece que el imperio de la burocracia se revela, a través de la experiencia, como algo inherente al ser humano, tanto a nivel social como íntimo. El vínculo es un motor, pero rápidamente se encarga de poner a la conciencia tras la pista de la desconfianza. Se derriban los muros, se desmontan las puertas y se abren los espacios delante de nuestras narices pero, al igual que cuando se pierde un brazo o una pierna, la percepción juega malas pasadas y el miembro sigue doliendo aún cuando ya no forma parte del cuerpo. Las paredes invisibles son, sin duda, las más difíciles de demoler.


Fuente: madridtomalaplaza.net



Comienza el turno de intervención y el megáfono circula de mano en mano, de aliento en aliento. Los discursos idealistas se alternan con los pragmáticos, tiñéndose paulatinamente de los colores del sentimiento en una semana que ya quiere ser quincena. Nota a nota, los trovadores de un minuto tañen laúdes de palabras musicales que por vez primera, como aseguran algunos, provienen de las cuerdas vocales del pueblo. Sin orquestas y en Sol Mayor. En esta vorágine retórica, dos voces se elevan sobre el resto, empastando pensamientos que muchos comparten. Cuando concluyen sus respectivas canciones, sus nombres y sus rostros vuelven a perderse una vez más entre la multitud para regocijo del anonimato, el principal caballo de batalla y valedor de este retoño que aspira a ser el niño mimado del nuevo orden social.

Una luminosa calva de mediana edad, flanqueada con largos mechones de pelo cano, de más de cien y de ciento veinte kilos entre el cuello y los tobillos, impide la distracción con su mensaje. Su timbre pedagógico, tranquilizador, evoca al de un maestro. No en vano, es profesor de teatro, tejiendo así los mimbres de una afortunada coincidencia dramática. Y es precisamente del desarrollo de su trabajo, con niños, de donde sustrae una pequeña anécdota que serviría para ilustrar largos volúmenes en la biblioteca del pensamiento humano:

“Soy profesor de teatro de niños de edades comprendidas entre los cuatro y los quince años. Un buen día quise hacer un experimento utilizando simplemente la ayuda de unas cuantas escobas. Mi primera clase de la jornada fue con los chavales de secundaria, ya pequeños proyectos de hombres y mujeres, y todos sin excepción utilizaron las escobas para barrer el suelo. En la segunda clase me tocaba lidiar con niños de entre ocho y doce años, y los usos de las escobas ya comenzaban a estar más repartidos, si bien la mayoría también las utilizó a la manera adulta. Mi sorpresa llegó cuando les entregué las escobas a los más pequeños. Todos los niños y las niñas sin excepción optaron por darle un vuelco al concepto de escoba y reinventarlo: unos las utilizaban de espadas, otros como imaginarios instrumentos musicales, algunos incluso iban montados en naves espaciales. Ninguno de ellos barrió el suelo”.

Tras el revelador relato del experimento, el humilde y espontáneo investigador insiste en la necesidad de abrir el infinito interrogante como principio y fin, de buscar la indefinición por bandera para que el sistema no responda con definiciones más poderosas, todo ello justo antes de malcitar intencionadamente a una Alicia tan dulcemente loca como lo estaba un sombrerero de apellido Machado: “Solo si se camina sin metas se llega a alguna parte”.

 Foto: BeaBurgos

Perdidos en el desarrollo de la asamblea ciudadana, ahora es momento de escuchar la voz de la experiencia. No la de la erudición ni la del acerbo intelectual, sino la de un ser humano corriente que ya ha consumido buena parte de su existencia. Como él mismo afirma, no es más ni menos que nadie, pero ocho décadas sobre la faz de la tierra lo contemplan: “Mis ochenta, los setenta y cinco que duró mi madre y los casi cien que vivió mi padre”, atestigua. Casi dos siglos de humanidad reunidos ante un gastado amplificador. Comienza y termina con palabras de ánimo, propias de los atletas que entregan el testigo, desfondados, y observan al relevo alejarse en la carrera del tiempo. Advierte de posibles movimientos insidiosos del poder para perpetuar el orden de las cosas, poco antes de mentar a un personaje singular: Patricio Lumumba. “En este, como en todos los movimientos sociales humanos” dice, “surgirán líderes, que no os quepa la menor duda”. Entonces, el silencio se calla. Las miradas se miran. El tiempo se cuenta. La realidad se refleja en un charco de preguntas. Todos volvemos a asir el palo de la escoba y nos preguntamos qué hacer con ella. Un asunto complicado ese de barrer el polvo de las debilidades humanas.

martes, 24 de mayo de 2011

Sol o la historia de un acantilado


Dice un viejo amigo mío, viejo por su avanzada edad y amigo porque yo lo decidí, que cuando las situaciones se miran desde afuera y desde arriba es imposible entender nada. Del mismo modo y por efecto de la contradicción, ese mismo compadre, mi querido y admiradísimo Eduardo Galeano, señala que la única manera de que algo se entienda con la razón y se sienta con el corazón es precisamente vivirlo desde adentro y desde abajo. Visto –desde arriba y desde afuera- con la arrogancia de aquellos que se autoproclaman garantes oficiales de la supervivencia de la democracia, el llamado “milagro” de Sol y de otras tantas plazas españolas convertidas, por fin, en grandes ágoras de esclavos parece no adaptarse al molde propuesto e impuesto desde el imperio de las partitocracias. Y es la diversidad y la contradicción de este pequeño y espontáneo reino sin reyes, de este carnaval de caretas idénticas (las de nuestra piel) y de pensamientos heterogéneos, lo que entra en claro conflicto con el modelo actual de (des)organización de nuestra cada vez más homogénea sociedad global. 

 Foto: EFE/Chema Moya

Sol es un milagro, o  no. Quizás solamente deba concedérsele el estatus de ser vivo. Un pequeño pulpo que crece y orienta sus recién nacidos tentáculos a base de error y enmienda. Sin financiación económica de ningún tipo, sin jefes ni voceros, sin planificación previa, sin  una bandera ideológica que lo defina y sin estados alterados de consciencia, se articula como juega un niño sin saber que juega o canta un pájaro sin saber que canta. Viviendo, nomás. Con una energía que proviene, ya transformada, del corazón de todos los seres humanos que, desde sus tumbas, hacen un llamamiento a la evolución darwiniana. Porque solo los fuertes de conciencia podrán sobrevivir a la constante batalla que se libra en todos y cada uno de nosotros.

Esta explosión de dignidad, y no de indignación como quieren hacer creer algunos, nace, a mi entender, de la propia necesidad de organización, no solo a nivel social, sino también a nivel personal. Surge del inconformismo y de la fe en nuestra capacidad de decisión sobre los problemas que nos atañen, de la unión a través de la suma de individualidades. Pero es esta una unión en la necesidad y no en la cacareada competencia sacralizada por aquellos que eligen tener en vez de ser.

Antes de que algún lector o lectora pierda interés, es necesario sazonar rápidamente con realismo este sabroso y suculento plato de ideales románticos. Creo que los ciudadanos también somos conscientes de que el “enemigo” al que nos enfrentamos (por llamarlo de alguna manera) no tiene nombre ni apellido. Más bien se trata de un océano de pequeñas gotas interactivas donde todos somos (o deberíamos ser) juez y parte. O quizás un cielo encapotado en el que aspiramos a ser estrellas. Sin olvidar, claro está, que los que participamos de este debate no habitamos precisamente el sótano del edificio universal. De hecho, vivimos de la mitad hacia arriba y en el ascensor se sube cada vez más gente, disparando el riesgo de derrumbe. Porque en los pisos bajos no hay muebles ni calefacción, y se duerme en el suelo. Pero, sin embargo, hay televisiones y también buenas conexiones a Internet y los habitantes de las profundidades, al conocer la existencia del rascacielos, quieren , lógicamente, ascender a los pisos superiores, por lo que sin una junta vecinal universal no hay debate posible. Y todos somos conscientes de lo que le cuesta a un ser humano hacer sacrificios que pongan en peligro su bienestar individual. Una vez más, el lado oscuro y el lado claro se enfrentan en una batalla sin cuartel dentro de nosotros mismos. Y edificio solo hay uno. Habrá que fortalecer los cimientos o afrontar su demolición.

 Foto: Vicky Montero

Aclarado esto y de vuelta a los recién inaugurados espacios de pensamiento crítico, decir, para concluir, que desde el domingo pasado soy mejor persona, un ser humano más completo. Proveniente del más absoluto escepticismo, propio del lugar del que procedo, he evolucionado hacia el estado mental más abierto y lleno de curiosidad e ilusión de mi aún corta existencia para instalarme permanentemente delante de un espejo. Desde ese cristal recibo el reflejo de los demás en mí y de mí mismo en los demás, participando de una experiencia inenarrable y modificando a mejor mi idea sobre la humanidad en su conjunto. Aún a riesgo de alejarme de los pragmáticos, algo que pensaba que no iba a hacer jamás, creo que la experiencia de Sol es un fin en sí misma. Y también estoy seguro de que Sami Nair, otro de esos amigos fieles de la humanidad, no se equivoca cuando dice que, en el siglo de la gente, lo importante no es el futuro, sino el movimiento.

Una vez se hallen las herramientas necesarias, los cambios vendrán como se forman los acantilados, por erosión, con sus formas complejas y aleatorias. Yo, mientras tanto, me siento gotita de mar en Sol y escucho con atención a mis iguales justo antes de que el mensaje de una pequeña pancarta, de las miles que cubren el mobiliario de la plaza, provoque una sacudida de emoción en mi columna vertebral: “Hemos nacido para esto”.