Sola en su casa, repudiada por sus vecinos. Arrepentida. Humillada. Viviendo de su pensión. La pobre Cecilia, con una vitalicia orden de alejamiento de los pinceles. Qué lástima.
Y ahora repara en los avispillas que, desde éste y desde el otro lado del charco, se están forrando estos días con la tontería. Repítete aquello de que este mundo es pa listos y convéncete de que la próxima vez tú también sacarás tajada.
Tú no eres Cecilia. Tú no perderás. Tú no darás lástima.
Ponle a tu novio (o novia) unos dientes de vampiro y vístelo de banquero. Oblígale a dormir en ataúdes forrados de dinero con el peso del sufrimiento humano sobre su conciencia. ¿Los vampiros eran inmortales o ya estaban muertos? Dicen que en Holanda ya afilan las estacas.
Dile a un amigo que se pinte la cara de negro y móntale en una patera. Que navegue a la deriva tratando de llegar a la Europa de las oportunidades. Que se muera en la orilla y sea quinta noticia en el telediario segunda edición. Ahora quítale la pintura y súbele a un cayuco con alas. Destino: España no, claro. Pero para no volver nunca, ¿eh, Pampillón?
Juega a tinieblas en Manhattan o, si te pilla lejos, acércate al Gobierno Valenciano. Allí tampoco hay luz y el huracán se llama Gas Natural Fenosa. Las consejerías que se han quedado a oscuras son Justicia, Bienestar Social y Agricultura. Los mayas se están riendo de nosotros.
Víste a tu padre de zombie y mételo en la tumba de un diplomático español asesinado en la dictadura de Pinochet. La condición de la justicia española para ponerse a investigar es que los genocidios se cometan con un océano de por medio.
Y si no tienes ganas de disfrazarte, pues tú verás lo que haces. Siempre puedes ir de cara, entrar en la fiesta al descubierto, limitarte a decir la verdad y que te metan en la cárcel. O que te quemen vivo. Eso ya va por barrios.
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