martes, 24 de mayo de 2011

Sol o la historia de un acantilado


Dice un viejo amigo mío, viejo por su avanzada edad y amigo porque yo lo decidí, que cuando las situaciones se miran desde afuera y desde arriba es imposible entender nada. Del mismo modo y por efecto de la contradicción, ese mismo compadre, mi querido y admiradísimo Eduardo Galeano, señala que la única manera de que algo se entienda con la razón y se sienta con el corazón es precisamente vivirlo desde adentro y desde abajo. Visto –desde arriba y desde afuera- con la arrogancia de aquellos que se autoproclaman garantes oficiales de la supervivencia de la democracia, el llamado “milagro” de Sol y de otras tantas plazas españolas convertidas, por fin, en grandes ágoras de esclavos parece no adaptarse al molde propuesto e impuesto desde el imperio de las partitocracias. Y es la diversidad y la contradicción de este pequeño y espontáneo reino sin reyes, de este carnaval de caretas idénticas (las de nuestra piel) y de pensamientos heterogéneos, lo que entra en claro conflicto con el modelo actual de (des)organización de nuestra cada vez más homogénea sociedad global. 

 Foto: EFE/Chema Moya

Sol es un milagro, o  no. Quizás solamente deba concedérsele el estatus de ser vivo. Un pequeño pulpo que crece y orienta sus recién nacidos tentáculos a base de error y enmienda. Sin financiación económica de ningún tipo, sin jefes ni voceros, sin planificación previa, sin  una bandera ideológica que lo defina y sin estados alterados de consciencia, se articula como juega un niño sin saber que juega o canta un pájaro sin saber que canta. Viviendo, nomás. Con una energía que proviene, ya transformada, del corazón de todos los seres humanos que, desde sus tumbas, hacen un llamamiento a la evolución darwiniana. Porque solo los fuertes de conciencia podrán sobrevivir a la constante batalla que se libra en todos y cada uno de nosotros.

Esta explosión de dignidad, y no de indignación como quieren hacer creer algunos, nace, a mi entender, de la propia necesidad de organización, no solo a nivel social, sino también a nivel personal. Surge del inconformismo y de la fe en nuestra capacidad de decisión sobre los problemas que nos atañen, de la unión a través de la suma de individualidades. Pero es esta una unión en la necesidad y no en la cacareada competencia sacralizada por aquellos que eligen tener en vez de ser.

Antes de que algún lector o lectora pierda interés, es necesario sazonar rápidamente con realismo este sabroso y suculento plato de ideales románticos. Creo que los ciudadanos también somos conscientes de que el “enemigo” al que nos enfrentamos (por llamarlo de alguna manera) no tiene nombre ni apellido. Más bien se trata de un océano de pequeñas gotas interactivas donde todos somos (o deberíamos ser) juez y parte. O quizás un cielo encapotado en el que aspiramos a ser estrellas. Sin olvidar, claro está, que los que participamos de este debate no habitamos precisamente el sótano del edificio universal. De hecho, vivimos de la mitad hacia arriba y en el ascensor se sube cada vez más gente, disparando el riesgo de derrumbe. Porque en los pisos bajos no hay muebles ni calefacción, y se duerme en el suelo. Pero, sin embargo, hay televisiones y también buenas conexiones a Internet y los habitantes de las profundidades, al conocer la existencia del rascacielos, quieren , lógicamente, ascender a los pisos superiores, por lo que sin una junta vecinal universal no hay debate posible. Y todos somos conscientes de lo que le cuesta a un ser humano hacer sacrificios que pongan en peligro su bienestar individual. Una vez más, el lado oscuro y el lado claro se enfrentan en una batalla sin cuartel dentro de nosotros mismos. Y edificio solo hay uno. Habrá que fortalecer los cimientos o afrontar su demolición.

 Foto: Vicky Montero

Aclarado esto y de vuelta a los recién inaugurados espacios de pensamiento crítico, decir, para concluir, que desde el domingo pasado soy mejor persona, un ser humano más completo. Proveniente del más absoluto escepticismo, propio del lugar del que procedo, he evolucionado hacia el estado mental más abierto y lleno de curiosidad e ilusión de mi aún corta existencia para instalarme permanentemente delante de un espejo. Desde ese cristal recibo el reflejo de los demás en mí y de mí mismo en los demás, participando de una experiencia inenarrable y modificando a mejor mi idea sobre la humanidad en su conjunto. Aún a riesgo de alejarme de los pragmáticos, algo que pensaba que no iba a hacer jamás, creo que la experiencia de Sol es un fin en sí misma. Y también estoy seguro de que Sami Nair, otro de esos amigos fieles de la humanidad, no se equivoca cuando dice que, en el siglo de la gente, lo importante no es el futuro, sino el movimiento.

Una vez se hallen las herramientas necesarias, los cambios vendrán como se forman los acantilados, por erosión, con sus formas complejas y aleatorias. Yo, mientras tanto, me siento gotita de mar en Sol y escucho con atención a mis iguales justo antes de que el mensaje de una pequeña pancarta, de las miles que cubren el mobiliario de la plaza, provoque una sacudida de emoción en mi columna vertebral: “Hemos nacido para esto”.
         

2 comentarios:

  1. Casi estoy en Sol de leerte, Carlos, que bien oirte. Y que bien que sintamos tantos en la ultima semana, que en Sol esta' la respuesta a todas crisis, las personales hechas de noches de insmonio tambien. Y ver como escribir ha cobrado otra vez, de una manera extranha e inesperada, todo el sentido del mundo. Un beso grande desde Londres Marieta.

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